Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1723
Legislatura: 1902-1903 (Cortes de 1901 a 1903)
Sesión: 5 de noviembre de 1902
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica
Número y páginas del Diario de Sesiones: 46, 1203-1204
Tema: Respuesta de Sagasta al Sr. Nocedal y al Sr. Canalejas en temas relacionados con la política, la sociedad y la religión

El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Presidente del Consejo de Ministros tiene la palabra.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Señores Diputados, el Sr. Nocedal está de enhorabuena porque ha conseguido su objeto, no por lo que a mí toca, sino por lo que se refiere a mi querido amigo el Sr. Canalejas.

No voy a discutir con S. S., pero si me he de permitir hacerle algunas indicaciones respecto del discurso que esta tarde ha dirigido a la Cámara.

En primer lugar, yo no me aparté, ni en una sola tilde, en lo que ayer dije, de lo que pasó respecto de la crisis que produjo la salida de S. S. del Ministerio. La crisis se produjo, ni más ni menos, que por lo que yo expresé ayer tarde; pudo S. S., en el fondo de su conciencia, pensar otras cosas y guiarse por otros razonamientos, pero la crisis se planteó única y exclusivamente, por las razones que yo indiqué ayer al Congreso de los Sres. Diputados.

Su señoría supone que el Gobierno no ha hecho nada respecto a los compromisos que ha contraído y supone más: supone que el programa que sirvió de fundamento al Ministerio a que S. S. perteneció, no es parte del programa del partido liberal, determinado y consignado en el discurso de la Corona.

Pues S. S. en esto padece también una grandísima equivocación. Ese programa, que sirvió de base y fundamento a la formación del Gobierno en que S. S. entró, no fue más que la selección de aquellos puntos esenciales que en opinión de S. S. y en opinión de nuestros demás compañeros merecían la preferencia sobre todos los otros, pero no hay un solo compromiso nuevo que no estuviera consignado más o menos explícitamente en el discurso de la corona. (Muy bien, en la mayoría.) Y de estos compromisos, lleva ya cumplidos el Gobierno varios; tantos como le han permitido las circunstancias y el tiempo, y serán cumplidos todos, si contamos, naturalmente, con el apoyo de las mayorías en el Congreso y en el Senado, y con el concurso de las oposiciones, serán cumplidos absolutamente todos, pues para eso van formulándose en proyectos de ley por el Gobierno todas las promesas que puso en labios de S. M. en el discurso de la Corona.

Pero según ha podido observar el Congreso, la verdadera obsesión del Sr. Canalejas está en que el Gobierno no cumple nada, ni cumplirá nada, ni hará nada porque no ha presentado ya el proyecto de ley de Asociaciones, el proyecto de ley de Asociaciones al cual le da hoy el Sr. Canalejas un alcance que no le dio jamás (El Sr. Canalejas pide la palabra), porque el proyecto de ley de Asociaciones se refería a aquéllas que no estuvieran concordadas pero nunca se refirió, a lo menos yo no lo recuerdo, y aquí están los demás compañeros que pueden decir si recuerdan otra cosa, nunca se refirió a las Corporaciones concordadas. Era el proyecto de ley de Asociaciones para aquellas que no estaban determinadas ni consignadas en él, allí tienen su ley, en el mismo Concordato. Así se ha entendido siempre; pero dice S. S.: es que si todas las Corporaciones existentes hoy en España quedan concordadas, la ley de Asociaciones es inútil. ¡Ya lo creo! ¡Completamente inútil! Pero no es así y este es el pleito que estamos siguiendo con Roma. Roma cree, en efecto, que sólo por el hecho de haber sido admitidas en España las Corporaciones monásticas, están dentro del Concordato y el Gobierno español cree, por el contrario, que no, que las que están concordadas no son más que tres: dos que se designan en el Concordato y una que todavía no se ha designado, y que todas las demás están fuera del Concordato. A ésas se refería la ley de Asociaciones.

La ley de Asociaciones cree S. S. que merece preferencia sobre todas las demás leyes. Podrá ser eso, en opinión de S. S. , pero en lamía no lo ha sido nunca, ni en la de los demás compañeros de gobierno tampoco porque únicamente daba yo la preferencia a esa ley sobre otra porción de proyectos que está reclamando con urgencia el país, por evitar al salida de S. S. del Ministerio, toda vez que lo había hecho cuestión de Gabinete y yo no quería saliese del Ministerio porque deseaba contar con su concurso, con sus iniciativas y con sus entusiasmos por la libertad, que a mí no me asusta. Su señoría hizo mal en salir del Ministerio, si cree que por salir del Ministerio podía el Gobierno haber tomado un camino distinto del en que venía comprometido, y en el cual piensa seguir. Si S. S. hubiera continuado en el Ministerio con el deseo de que se hubiese hecho más, no habría sido posible hacerlo.

Su señoría habla de la ley de Difamación. ¡Con qué injusticia está procediendo contra el Gobierno por esa ley de Difamación al suponer que es una ley contra la libertad, y que es imposible la libertad con esa ley! ¿Considera S. S: que hay libertad en Inglaterra, que la hay en Italia, que la hay en Bélgica, que la hay en los Estados Unidos? Pues cualquiera de las leyes dictadas en esos países es mucho más dura que la que ha presentado el Gobierno. Al Gobierno inglés no se le ocurrió, cuando presentó aquella ley, que iba contra la libertad, porque aquello no iba más que contra la libertad de infamar, de calumniar y de abrir un mercado horrible y repugnante contra la honra y la conciencia de los ciudadanos. (Muy bien.) Pero si las razones que S. S. hubiera dado a sus compañeros les hubiesen convencido de que la ley no debía presentarse, no se habría presentado, y, por consiguiente, si S. S. cree que el Gobierno ha hecho por eso un disfavor a la Nación, S. S. es el responsable por haber salido del Gobierno, puesto que permaneciendo en él, y habiendo logrado convencerle, no se hubiese realizado ese disfavor. (El Sr. Canalejas: Me hubieran hecho salir.) Pero habría salido por esto y no por si se habían de reunir las Cortes quince días antes o quince días después. (Rumores en las oposiciones.)

De todas maneras, yo quiero que observe el señor Canalejas que el partido liberal va cumpliendo todos sus compromisos y que ha de cumplir todo su programa, aun cuando S. S: no esté en el Gobierno, que claro es que yo desearía que estuviese, porque para esos mismos proyectos de ley nos serviría de [1203] mucho su concurso, y creo que de simple Diputado no nos lo va a prestar, porque temo que no estando S. S. aquí no le parezca liberal nada de lo que salga de este banco.

Ha hecho S. S. una alusión, que no puedo dejar pasar inadvertida, sobre la ley de Asociaciones, y es si el Gobierno detiene o no su presentación porque necesita, así como el permiso de alguien para presentarla; y S. S. sabe muy bien porque hemos hablado muchas veces los dos de esto, que yo he considerado siempre la ley de Asociaciones como una ley de gobierno interior en la cual no tiene nadie, absolutamente nadie, que ver más que la Nación española y el Gobierno español. (Muy bien.) Por consiguiente, absolutamente nadie tiene que ver con la presentación de este proyecto de ley ni con la presentación de ningún otro que se refiera a los asuntos interiores de España y que corresponda exclusivamente a la soberanía de la Nación. Pero quiere saber S. S. adónde va el Gobierno en la cuestión religiosa y, sobre todo, en la cuestión monástica. Lo he dicho ya tantas veces, que temo hacerme pesado con la repetición. El Gobierno va a lo siguiente: el Gobierno español desea que se aclare bien la situación de las Órdenes monásticas. Por de pronto, hay dos que están en el Concordato y sobre las cuales no existe duda, y hay otra tercera que no está designada, pero de la que se hace mención en el Concordato, y éste es el pleito que tenemos con Roma. Todas las demás que están fuera del Concordato entran en el derecho común. ¿Y qué derecho común? Aquél que tenga por conveniente darse la Nación española en uso de su soberanía. (Muy bien.)

Y ahora voy a hacer una indicación al Sr. Canalejas, puesto que, por lo visto, la necesita por la desconfianza que tiene en los que han sido sus amigos políticos y siguen siendo sus amigos particulares, pues yo no me atrevo a llamarme amigo político suyo, porque no espero de los amigos políticos una conducta como la que ha seguido esta tarde S. S. conmigo. (Rumores) Sepa el Sr. Canalejas, para que vea que no hay inconveniente alguno en que el proyecto de ley de Asociaciones se presente, que en el curso de las negociaciones con Roma se ha dicho que las Órdenes religiosas que quedan fuera del Concordato quedarán sometidas al derecho común, al actual o al que la Nación se sirva establecer en uso de su soberanía.

Claro está, S. S. haciéndose también eco de unas palabras que yo pronuncié en el Senado para ponerlas en contradicción con otras que pronunció el señor Ministro de la Gobernación, no sé si aquí o en el otro Cuerpo Colegislador, supone que las negociaciones con Roma no acabarán jamás, y se funda en que yo, hablando de una de las catedrales o de una de las diócesis se suprima, dije que había para rato en eso de la supresión de las diócesis, y que por muy larga que fuera, y yo deseaba que lo fuese mucho, la vida de aquel que se quejaba de estas supresiones, no le alcanzaría la de esa diócesis porque vendría muy tarde.

Su señoría ha dicho que con esto signifiqué que las negociaciones durarían mucho tiempo, que no acabarían jamás. No, las negociaciones pueden acabar mañana y si en ellas se establece la supresión de alguna diócesis, hay para rato en ese expediente porque, como sabe S. S., concluida una negociación y hecho un Concordato, no hay nada más difícil que su cumplimiento en lo que se refiere a supresión de diócesis, porque vienen las dificultades, vienen los expedientes, vienen las reclamaciones y viene otra porción de cosas que dificultan la resolución. De manera que pueden las negociaciones acabar mañana, y, sin embargo, la diócesis no suprimirse en mucho tiempo. Ya sabe S. S. que estas cosas son muy difíciles.

En Alcoy no hay diócesis, pero hay Juzgado, y yo no sé lo que S. S. haría si se tratara de suprimir el Juzgado del Alcoy. ¿Nos lo dejaría suprimir en quince días? (Risas.) Tales dificultades habría de poner, que seguramente pasaría mucho tiempo hasta que se resolviera el asunto. Y si esto ocurre cunado se trata de suprimir un Juzgado, ¿qué habría de suceder tratándose de la supresión de una diócesis?

Declaro que no creí que el debate llegaría a los términos a los que ha llegado parte del Sr. Canalejas. Permítame S. S. que le diga que me ha extrañado que el debate haya alcanzado estas proporciones de parte de S. S. Por eso no había venido preparado con las armas necesarias para contestar a S. S. debidamente, y las armas necesarias para contestar a S. S. debidamente, y las armas necesarias son: el programa del Gobierno consignado en el discurso de la Corona y el programa que se formó al constituirse el Gobierno de que S. S. formó parte. En ellos verá S. S. que ese programa no es de S. S:, es mío (Muy bien.-Aplausos.), hasta el punto de que yo llamé a mi despacho a S. S. y a otros amigos del partido liberal para proponerles el programa del nuevo Gobierno, en el cual, después de una ligera discusión, convinieron todos. Lo único que hay es que establecidas allí las bases, S. S: y el Sr. Moret fueron encargados de redactarlo. Allí se verá también cómo ese programa no es más que un desprendimiento del programa consignado en el discurso de la Corona. En aquel programa se daba preferencia a los puntos capitales, base de la formación del Ministerio de que S. S. formó parte. en esos documentos, que traeré mañana, si es necesario, verá también el Sr. Canalejas como el gobierno va cumpliendo sus compromisos, cuántos ha cumplido ya, que no son pocos, y cuántos le faltan por cumplir, que también los cumplirá.

Y no tengo más que decir. (Aplausos.)



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